
Cierro los ojos y aún puedo ver el brillo del filo sobre el que caminaba. Cada noche era el comienzo de una aventura que no prometía dejarme siquiera en un puerto. Todo podía acabar en lo que cantara el gallo de los excesos. Cantó un par de veces pero tuve cintura para escapar o sobrevivir, según como se quiera ver. Abro los ojos y el pasado es apenas una rasgadura en el forro de mi alma. No me arrepiento de nada. No tiene caso hacerlo. Volvería a cargarme en las espaldas todo el peso de los vicios pero esta vez lo haría con elegancia y pulcritud. Mejor muerto que sencillo. Parpadeo, la vida es un conjunto de parpadeos. Cierras los ojos y recibes un beso. Los abres y el bofetón que te dan hace que te muerdas la lengua. Cierras y abres. Esa es la vida. Y la muerte.
Elevaba la mirada, cerraba los ojos y sentía el calor de las luces, de los aplausos, de los escupitajos, de las puteadas, de las adulaciones. Un escenario es un pequeño infierno. Un infierno adornado. Y yo amaba estar en él, ser parte de un grupo de pendejos soñando con tocar en el Luna Park, ese bestiario musical que tanto amé. Sí, los sueños de tan soñados llegan a amarse. Lo sé. Elevaba, sí, porque ahora al elevar la mirada y cerrar los ojos siento la brisa tibia del pasado y sonrío de lado. Al fin de cuentas las cosas son o no. No hay grises. Y el Luna no fue para mí ni para ese grupo de pendejos que se creían la tapa del frasco.
Abrí los ojos y vendí mi Les Paul a un precio módico. Sirvió para pagar cuatro alquileres, cinco putas, un tequila, dos porros y varios preservativos. La música era pasado. Los acordes de una guitarra perfectos extraños. Mi sueño del Luna... el sueño del Luna se terminó de apagar con el siguiente descenso de párpados. No fue fácil dárselo a las hienas del fracaso. Anhywere.
Suerte o como se le llame a esos golpes buenos del destino; tuve mi condecoración, quizá porque pagué con aquellos tres meses de estar atado a una cama para limpiarme, para tratar de sobrevivirme; la cuestión es que parpadeé y fue diferente cuando la vi y me vio. Ahora somos tres y soñamos otros sueños. El Luna pasó a ser un libro, un poema, una historia, mi historia, nuestra historia. Y los acordes, las letras que llevo cargadas en mis lápices. Ahora escribo, ella me ve y escribe, él sonríe y llora, es bebé, qué más. Y los amo, y amo a este parpadeo que desearía no acabe jamás. Soy capaz de clavarme escarbadientes en los ojos con tal de detener el tiempo y esta felicidad. Claro, es solo otro sueño y eso, a veces, me angustia. Solo queda intentar mantener todo lo más intacto posible. Sé que se puede. Quiero creerlo.
Elevaba la mirada, cerraba los ojos y sentía el calor de las luces, de los aplausos, de los escupitajos, de las puteadas, de las adulaciones. Un escenario es un pequeño infierno. Un infierno adornado. Y yo amaba estar en él, ser parte de un grupo de pendejos soñando con tocar en el Luna Park, ese bestiario musical que tanto amé. Sí, los sueños de tan soñados llegan a amarse. Lo sé. Elevaba, sí, porque ahora al elevar la mirada y cerrar los ojos siento la brisa tibia del pasado y sonrío de lado. Al fin de cuentas las cosas son o no. No hay grises. Y el Luna no fue para mí ni para ese grupo de pendejos que se creían la tapa del frasco.
Abrí los ojos y vendí mi Les Paul a un precio módico. Sirvió para pagar cuatro alquileres, cinco putas, un tequila, dos porros y varios preservativos. La música era pasado. Los acordes de una guitarra perfectos extraños. Mi sueño del Luna... el sueño del Luna se terminó de apagar con el siguiente descenso de párpados. No fue fácil dárselo a las hienas del fracaso. Anhywere.
Suerte o como se le llame a esos golpes buenos del destino; tuve mi condecoración, quizá porque pagué con aquellos tres meses de estar atado a una cama para limpiarme, para tratar de sobrevivirme; la cuestión es que parpadeé y fue diferente cuando la vi y me vio. Ahora somos tres y soñamos otros sueños. El Luna pasó a ser un libro, un poema, una historia, mi historia, nuestra historia. Y los acordes, las letras que llevo cargadas en mis lápices. Ahora escribo, ella me ve y escribe, él sonríe y llora, es bebé, qué más. Y los amo, y amo a este parpadeo que desearía no acabe jamás. Soy capaz de clavarme escarbadientes en los ojos con tal de detener el tiempo y esta felicidad. Claro, es solo otro sueño y eso, a veces, me angustia. Solo queda intentar mantener todo lo más intacto posible. Sé que se puede. Quiero creerlo.