jueves, 22 de octubre de 2009

eNTREVISTA iMAGINARIA dIEZ aÑOS dESPUÉS




Hombre, el rock es una situación hormonal. Testosterona pura. Durante mi adolescencia todo gravitaba alrededor del rock. La música que escuchaba, los lugares que frecuentaba, las remeras que usaba, los recitales en los que me divertía, los acordes que disparaba desde mi Les Paul de mil cien pesos con cincuenta centavos. Antes salía a bajarle las faldas a la noche para mojarme en sus sombras. Hoy prefiero quedarme en casa viendo una película o alguna serie de Sony. Es cierto, alguna vez cumplí con el manual del buen rockero. Actitud rebelde, devoción por la noche, obsesa voracidad con las mujeres. Alguna vez metí por mi nariz más de tres líneas casi al tiempo de beberme media botella de tequila y podía contar hasta veintitrés sin tartamudear. Alguna vez me subí a las tablas para descargar mi furia de no ser comprendido y me disfracé de anarquista anti-cualquier-cosa. Alguna vez fui adolescente y como tal, adolecí esa etapa de principio a fin, aunque ese fin se haya tardado hasta mis veintisiete años. Ironía. Casualidad ¿Causalidad? ¿Sabes? El veintisiete es el número maldito del rock. Quizá, inconscientemente tenía planeado morir joven y dejar un bonito cadáver pero el pequeño detalle es que me faltaría material para convertirme en un icono de algo. Seré sincero conmigo mismo. A esa edad Jim Morrison era el puto dionisio del rock. Jimi Hendrix serpenteaba entre seis cuerdas y Kurt Cobain olía a mito y a espíritu adolescente. Malditos con suerte. Yo, apenas compuse media docena de temas y escribí algunos poemas del estilo “más de lo mismo”, nada que me llevara al Olimpo de la música ni mucho menos. Otro del montón.

Hay rockeros de pura cepa. Yo no lo soy. Y dudo mucho que los denominados “rockeros” lo sean, porque no se trata solo de tocar rock sino también de vivirlo y sentirlo, de llevarlo como un estilo de vida, de cumplir con todos sus mandamientos. Sí, mandamientos, leyes... hasta los rockeros las tienen. Loco, hacer una puesta de escena de rock es fácil, pero quisiera saber qué parámetros culturales siguen cuando se bajan del escenario y vuelven a ser lo que les dicta el documento de identidad. He conocido a músicos que se enfermaban por parir acordes. No podían vivir sin ello. Yo no. A veces me dedicaba a tocar la guitarra, otras a escribir, otras a drogarme, otras a salir con amigos, otras a salir de putas, otras a jugar paddle, otras a rascarme las bolas, otras a drogarme y otras tantas a salir de putas ¿Se entiende? La música no era mi trabajo. No vivía de ella ni me era indispensable y nunca esperé llegar a mi obra cumbre porque jamás me interesó tal cosa.

Aunque se ponga las gafas negras para ocultar las luces y las sombras de su alma, es imposible encontrar rastros de aquéllos días de sexo, drogas y rock and roll. Se rasca la frente, tan amplia que le llega a la nuca, y sonríe de lado mientras su mirada se pierde más allá de mis hombros. Llama al mesero y pide una Pepsi Cola, para luego continuar.

Lo acepto, mi banda era una mierda, pero abrigaba, me daba un lugar en el extraño mundo del rock de acá. Me arrancaba de las horas altas de la soledad y del pelotón de fusilamiento de las preguntas sin respuestas: ¿cuál es tu peor miedo? ¿qué es la felicidad? ¿las drogas te hacen bien? ¿existen los ojos sin rostro de tus sueños? ¿existe ella? ¿Sabés? No podía con eso. Demasiada realidad para un fantasma que esgrimía su espada de sueños contra el viento. – se quita las gafas y se restriega los ojos con la mano. Sus pupilas no están dilatadas. Sus córneas no lucen ensangrentadas. Años sin drogas. Años sin alcohol. Años sin noches con olor a putas. Mira a las nadas del frente y esboza media sonrisa con sabor a nostalgia.

La música otorga poder y el rock es poder en estado salvaje - respira profundo y muerde su labio inferior -  Un día como tantos salí de ellos. Y lejos de ese cobijo, la leyenda termina por morir. Dejé de ser promesa y para colmo de males pasé a ser un traidor en las lides del rock. El rock, el espíritu del rock jamás me perdonó el haberme bajado de un símbolo para un puñado de pendejos con el culo cagado. Luego, te pierden el puto respeto y los acordes acaban por ocupar el lado más oscuro del gavetero. Sí, man, quedás en pelotas, más solo que la una. Y puteás. Pero ya nadie escucha tus puteadas. Sos invisible. Otro más. Y después de un tiempo hasta eso pierde importancia. Para ese entonces el rock es ajeno. Vos sos ajeno al rock, y parte de uno muere en ello. Aún espero mi resurrección pero el tercer día todavía no llega y para serte sincero, no creo que llegue. Jesús, dicen las malas lenguas, que uno solo. Y yo me llamo Omar. Rockito Argento para mis adentros.

1 comentario:

  1. Es todo un cambio para rockito. Tiempos como esos todos hemos pasado en mayor o menor medida. Aunque, lo importante es hallar el momento correcto para dejar atras ese sendero. La vida te lleva por muchos caminos. Si que si. ^^

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